Alfredo zitarrosa

Hoy desde aquí (poemas)

Alfredo zitarrosa
(Poemas y textos con acompañamiento)

El pueblo
(Pablo Neruda)

De aquel hombre me acuerdo y no han pasado
sino dos siglos desde que lo vi,
no anduvo ni a caballo ni en carroza:
a puro pie
deshizo
las distancias
y no llevaba espada ni armadura,
sino redes al hombro,
hacha o martillo o pala,
nunca apaleó a ninguno de su especie:
su hazaña fue contra el agua o la tierra,
contra el trigo para que hubiera pan,
contra el árbol gigante para que diera leña,
contra los muros para abrir las puertas,
contra la arena construyendo muros
y contra el mar para hacerlo parir.

Lo conocí y aún no se me borra.

Cayeron en pedazos las carrozas,
la guerra destruyó puertas y muros,
la ciudad fue un puñado de cenizas,
se hicieron polvo todos los vestidos,
y él para mí subsiste,
sobrevive en la arena,
cuando antes parecía
todo imborrable menos él.

En el ir y venir de las familias
a veces fue mi padre o mi pariente
o apenas si era él o si no era
tal vez aquél que no volvió a su casa
porque el agua o la tierra lo tragaron
o lo mató una máquina o un árbol
o fue aquel enlutado carpintero
que iba detrás del ataúd, sin lágrimas,
alguien en fin que no tenía nombre,
que se llamaba metal o madera,
y a quien miraron otros desde arriba
sin ver la hormiga
sino el hormiguero
y que cuando sus pies no se movían,
porque el pobre cansado había muerto,
no vieron nunca que no lo veían:
había ya otros pies en donde estuvo.

Los otros pies eran él mismo,
también las otras manos,
el hombre sucedía:
cuando ya parecía transcurrido
era el mismo de nuevo,
allí estaba otra vez cavando tierra,
cortando tela, pero sin camisa,
allí estaba y no estaba, como entonces,
se había ido y estaba de nuevo,
y como nunca tuvo cementerio,
ni tumba, ni su nombre fue grabado
sobre la piedra que él cortó sudando,
nunca sabía nadie que llegaba
y nadie supo cuando se moría,
así es que sólo cuando el pobre pudo
resucitó otra vez sin ser notado.

Era el hombre sin duda, sin herencia,
sin vaca, sin bandera,
y no se distinguía entre los otros,
los otros que eran él,
desde arriba era gris como el subsuelo,
como el cuero era pardo,
era amarillo cosechando trigo,
era negro debajo de la mina,
era color de piedra en el castillo,
en el barco pesquero era color de atún
y color de caballo en la pradera:
cómo podía nadie distinguirlo
si era el inseparable, el elemento,
tierra, carbón o mar vestido de hombre?

Donde vivió crecía
cuanto el hombre tocaba:
la piedra hostil
quebrada
por sus manos,
se convertía en orden*
y una a una formaron
la recta claridad del edificio,
hizo el pan con sus manos,
movilizó los trenes,
se poblaron de pueblos las distancias,
otros hombres crecieron,
llegaron las abejas,
y porque el hombre crea y multiplica
la primavera caminó al mercado
entre panaderías y palomas.

El padre de los panes fue olvidado,
él que cortó y anduvo, machacando
y abriendo surcos, acarreando arena,
cuando todo existió ya no existía,
él daba su existencia, eso era todo.
Salió a otra parte a trabajar, y luego
se fue a morir rodando
como piedra del río:
aguas abajo lo llevó la muerte.

Yo, que lo conocí, lo vi bajando
hasta no ser sino lo que dejaba:
calles que apenas pudo conocer,
casas que nunca y nunca habitaría.

Y vuelvo a verlo, y cada día espero.

Lo veo en su ataúd y resurrecto .

Lo distingo entre todos
los que son sus iguales
y me parece que no puede ser,
que así no vamos a ninguna parte,
que suceder así no tiene gloria.

* Alfredo Zitarrosa dice "Donde vivió crecía: / cuando el hombre tocaba / la piedra hostil / quebrada / por sus manos, / se convertía en orden".

Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)

Aplicaron un plan de exterminio: arrasar la hierba, arrancar de raíz hasta la última plantita todavía viva, regar la tierra con sal. Después, matar la memoria de la hierba. Estaba prohibido recordar. Se formaban cuadrillas de presos. Por las noches los obligaban a tapar con pintura blanca las frases de protesta que en otros tiempos cubrían los muros de la ciudad. Pero la lluvia, de tanto golpear los muros, iba disolviendo la pintura blanca y reaparecían, poquito a poco, las porfiadas palabras.

Apoya tu mano
(Ángel Oliva)
(por Á. Oliva)

Apoya tu mano derecha en mi cabeza y con tu brazo izquierdo aprieta mi cintura. Pon tus labios en el umbral de mi boca, y acompáñame.
Es noche y allí están, sembrando, durmiendo debajo de los tornos, apretados junto al horno frío, compartiendo el tabaco y la foto del hijo.
Pan y rosas para los hombres del mundo, para los que siembran el trigo y levantan la flor. No te vayas, conversa con las rosas, y sabrás qué fuerza tienen las palabras con sudor, y verás músculo a músculo, sostener gajo a gajo los gajos de la tierra.
Aquí están los obreros, ocupando y cantando, y volviendo a ocupar. Ocupando y cantando. Cantando a la luz en que se teje sangre recién caída, sangre recién caída y caliente por venir. Pan y rosas para los hombres del mundo, para los amantes de la paz, para los iniciadores de la máquina y la producción maquinista, para los vestidores de los sitios por donde el hombre pasa, para los que siembran el trigo y levantan la flor.
Hoy cuando desperté, miré las paredes despintadas de mi cuarto y solté una carcajada, un beso y un pan. 15 de marzo de 1985. La luz resbala por nuestros hombros, y los ojos se abren sin fierros ni fusiles. Somos nosotros, los del dolido traje gris y los versos clandestinos, los que sabemos seguro que entre espuelas, martillos y esperanza, dulce y amarga patria nos espera.

Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)

Amigos de hace treinta años, de cuando yo estrené los pantalones largos en las manifestaciones callejeras, me estaban esperando en Montevideo. Hacía once años que no los veía, casi doce, y desde entonces había llovido mucha ceniza sobre el Uruguay. La tortura se había convertido en costumbre, la solidaridad en delito y la delación en virtud. La mentira y la desconfianza se habían hecho necesidades cotidianas, y el miedo y el silencio, modos de vida. Pero no bien los vi supe que esos viejos amigos habían sabido guardar el fuego bajo la helada, seguían siendo capaces de indignación y de asombro y de chiquilín entusiasmo, y ahora tenían todas las edades a la vez.

Y estamos
(Juan Capagorry)
(por J. Capagorry)

Y estamos… como saliendo de un pozo. Desde una noche atroz, interminable, donde corrían desbocados caballos, pisoteaban sueños, recuerdos y guitarras. Nos resultaba procaz, prohibido, amarlo desde adentro, porque adentro teníamos la llaga punzante del dolor. Dolor por los tantos y tantos compañeros, y en las manos se nos secaban las caricias, lentas y con llanto para las cabecitas de los niños. Y pensábamos en otras manos, otras manos que pegaban, torturaban, y afuera la noche: atroz, interminable, y en ella, ellos buscando y buscando compañeros. Y bajo otros cielos, ojos de este cielo nuestro revisando otros cielos, preguntando a otros cielos, y nosotros deshaciendo todos nuestros recuerdos. Y nosotros esperando cartas, que no llegaban. Y afuera seguía la noche: atroz, interminable.

Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)

Requiere más coraje la alegría que la pena. A la pena, al fin y al cabo, estamos acostumbrados.

Exhortación a los jóvenes
(Milton Schinca)
(por M. Schinca)

Me dijeron que enrollaste la bandera del Frente, no como quien la guarda hasta el próximo acto, sino casi como quien está arriando una bandera. Estás decepcionado porque el Frente no sacó todos los votos que tú hubieras querido. Un día sentiste el orgullo de estar con el Frente, de ese Frente que ponía cada día a los presos, los desterrados y los muertos, y en la calle y con el Frente viviste los grandes momentos con que paso a paso se le fue ganando la pulseada al régimen, hasta llegar por fin a su derrota final. Ahora pensá en tu adolescencia, en lo que caminaste por dentro de ti mismo, en lo que caminó el país junto contigo. ¡Cuidado!, porque estás en un filo difícil en que la palabra decepción, con sólo cambiarle un sonido, se te puede convertir en deserción. Que no te ocurra eso. Enrollá esa bandera pero despacito, pensando en todo lo que contiene, para vos mismo, para la gente que más te importa, para tu país. Ahora sí, guardala. Pero guardala como para sacarla en todos los momentos de los años que vienen, que el gesto de guardarla no se parezca ni por asomo al gesto de quien estuviera arriando semejante bandera.

Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)

Los muchachos se asoman a un país arrasado, donde encontrar trabajo resulta una hazaña y sobrevivir, un milagro pero no asisten de brazos cruzados a la desgracia nacional. El sistema quiso castrar a los jóvenes uruguayos y ellos son los más fecundos. Quiso callarlos, y son los más decidores. Fracasaron quienes prohibieron el agua porque no pudieron, porque nadie puede, prohibir la sed.

Hoy te puedo decir
(Alfredo Zitarrosa)
(por Nancy Marino)

Hoy te puedo decir que no confíes
en el amor hambriento ni en la suerte,
si estar vivo es viajar hacia la muerte
la vida es una viuda que sonríe.

Cuando te toque hablar hazlo de modo
que el que escucha comprenda lo que sientes,
cuando debas obrar, que sepan todos
que el fruto de tus obras es simiente.

No te aconsejo el odio, pero escucha,
tú que en viaje de ida me recibes,
odia profundamente a aquél que vive
luchando a muerte por odiar la dicha.

El júbilo de ser un día cualquiera
parte del todo, en uno resumido,
es el júbilo pájaro, del nido
saltando al árbol de la primavera.

Pero esas alas tuyas ya nacidas,
querrán volar más lejos de este suelo,
nunca olvides, volando, que la vida
te dio esas alas para alzar el vuelo.

El pueblo (Continuación)
(Pablo Neruda)

Yo creo que en el trono debe estar
este hombre, bien calzado y coronado.

Creo que los que hicieron tantas cosas
deben ser dueños de todas las cosas.

Y los que hacen el pan deben comer!

Y deben tener luz los de la mina!

Basta ya de encadenados grises!

Basta de pálidos desaparecidos!

Ni un hombre más que pase sin que reine.

Ni una sola mujer sin su diadema.

Para todas las manos guantes de oro.

Frutas de sol a todos los oscuros!

Yo conocí aquel hombre y cuando pude,
cuando ya tuve ojos en la cara,
cuando ya tuve voz en la boca
lo busqué entre las tumbas, y le dije
apretándole un brazo que aún no era polvo:

"Todos se irán, tú quedarás viviente.

Tú encendiste la vida.

Tú hiciste lo que es tuyo".

Por eso nadie se moleste cuando
parece que estoy solo y no estoy solo,*
no estoy con nadie y hablo para todos:

Alguien me está escuchando y no lo saben,
pero aquéllos que canto y que lo saben
siguen naciendo y llenarán el mundo.

* Alfredo Zitarrosa dice "parece que estoy solo y no estoy".

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