La tía soltera
Joan manuel serrat
La despertará el viento de un golpe en los postigos. Es tan larga y ancha la cama... Y están frías las sábanas. Con los ojos medio cerrados buscará otra mano sin encontrar ninguna, como ayer, como mañana. Su soledad es el amante fiel que conoce su cuerpo pliegue a pliegue, palmo a palmo... Escuchará el maullido de un gato castrado y viejo que en sus rodillas duerme las largas noches de invierno. Hay un misal dormido encima de la mesilla de noche y un vaso de agua medio vacío cuando se levanta «la tieta». Un espejo resquebrajado le dirá: «Te haces mayor. ¡Cómo ha pasado el tiempo! ¡Cómo han volado los años! ¡Cómo se han perdido por las calles los sueños de juventud! ¡Cómo se arruga la piel, cómo se hunden los ojos!...» La portera, a su paso, dibujará una sonrisa: es el orgullo de quien tiene alguien que le caliente la cama. Cada día lo mismo: coger el autobús para trabajar en el despacho de un abogado gandul con quien en otro tiempo ella se hacía la estrecha. De eso hace tanto tiempo... Ni lo recuerda «la tieta». La que siempre tiene un plato cuando llega Navidad. La que no quiere nadie si un buen día cae enferma. La que no tiene más hijos que los hijos de sus hermanos. La que dice: «Todo va bien». La que dice: «¡Qué más da!» Y el Domingo de Ramos le comprará a su ahijado un palmón largo y blanco y un par de calcetines y en la iglesia los dos harán lo que hace el cura y alabarán a Jesús que entra en Jerusalén... Le dará veinte duritos para abrir una libreta: hay que ahorrar el dinero, como siempre hizo «la tieta». Y un día se ha de morir, más o menos como todos.
Se la llevará una gripe al agujero profundo. Entonces ya habrá pagado el nicho y el ataúd, los salmos de los sacerdotes, las misas de difuntos y las flores que acompañarán su entierro son cosas que a menudo las olvida la gente, y son tan bonitas las flores con crespones negros colgando y detrás unos amigos, descubiertos hace un instante y una esquela que dice... «Ha muerto la señorita... ...descanse en paz. AMÉN»... Y olvidaremos a «la tieta».
Se la llevará una gripe al agujero profundo. Entonces ya habrá pagado el nicho y el ataúd, los salmos de los sacerdotes, las misas de difuntos y las flores que acompañarán su entierro son cosas que a menudo las olvida la gente, y son tan bonitas las flores con crespones negros colgando y detrás unos amigos, descubiertos hace un instante y una esquela que dice... «Ha muerto la señorita... ...descanse en paz. AMÉN»... Y olvidaremos a «la tieta».
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