Por el montículo
donde sale el sol
cada mañana de primavera
desafiando
ráfagas y levante,
encontraréis un olivo.
Ya hace muchos años
que el único afán
de un hombre era hacerlo crecer.
Dice que eran cien
árboles al viento
el orgullo de aquél que los hizo nacer.

«Señor no tiene
y ningún jornalero
se acerca a podar su ramaje».
Sólo, va viviendo
de viento en viento
feliz de ser libre y salvaje.
Ya no tiene miedo
si en el otoño
una helada lo desnuda,
y siempre tiene suficiente
con lo que llueve
para limpiar sus hojas.

Siempre está allí...
cerca del camino
ofreciéndonos su sombra.
Todo lo da
a todo el mundo, ¡qué más se puede
pedir a un viejo tronco!

Cuando nace un fruto
es tan pequeño
que ni los pájaros se atreven a picotearlo.
Pensando, quizás
que es el último,
el último fruto y hay que mimarlo.

Ellos cada verano
hacen su nido
encima de cualquier rama.
Y el viejo árbol
siente así con él
nacer la vida en una rama.
Y así va creciendo
de viento en viento
esperando que cualquier tarde
alguien vendrá,
lo talará
y a pedazos lo irá quemando.

Por el montículo
donde sale el sol
cada mañana de primavera
desafiando
ráfagas y levante,
se va muriendo un olivo.

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