A medianoche
Enrique dizeobajo la lluvia o en noche serena,
cruza como un alma en pena
las tristes calles una viejecita.
Anda vagando hasta el alba
y en las sombras se suele ocultar,
pobre mujer, camina sin cesar
llevando a cuestas todo su penar.
La gente buena de los barrios bajos,
esos humildes que saben su historia,
dicen que un día su nietecita,
la muy malita, dejó el hogar.
Y desde entonces, invierno y verano,
a medianoche la vieja,
vive con su amarga queja
sumida en la soledad.
Y así se pierde por los arrabales,
hecha una piltrafa humana,
porque en su vida tirana
no halló más que falsedad.
Como un gemido doliente,
llena de harapos, cabizbaja y mustia,
siempre se le ve silente
con todo el peso de su negra angustia.
Y maldiciendo la suerte,
que en su pecho congojas dejó,
llora su fin al ver que ya perdió
el dulce amor que de ella se olvidó.
Tal vez la nieta malvada y mezquina
hoy no se acuerde de su tierna abuela.
Sólo sabe que está dormido
el pobre nido que abandono.
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