Aquella cantina de la ribera
José gonzález castillocomo un viejo faro, la cantina está
llamando a las almas que no tienen puerto
porque han olvidado la ruta del mar.
Como el mar, el humo de niebla las viste
y envuelta en la gama doliente del gris
parece una tela muy rara y muy triste
que hubiera pintado Quinquela Martín.
Rubias mujeres de ojos de estepas,
lobos noruegos de piel azul,
negros grumetes de la Jamaica,
hombres de cobre de Singapur.
Todas las pobres almas sin numbo
que aquí a las plazas arroja el mar,
desde los cuatro vientos del mundo
y en la tormenta de una jazz-band.
Pero hay en las noches de aquella cantina
como un pincelazo de azul en el gris,
la alegre figura de una ragazzina
más breve y ardiente que el ron y que el gin.
Más breve cien veces que el mar y que el viento,
porque en toda ella como un fuego son
el vino de Capri y el sol de Sorrento
que queman sus ojos y embriagan su voz.
Cuando al doliente compás de un tango
la ragazzina suele cantar,
sacude el alma de la cantina
como una torva racha de mar.
Y es porque saben aquellos lobos
que hay en el fondo de su canción
todo el peligro de las borrascas
para la nave del corazón.
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